La montaña en la cotidianidad

Son las  3am momento preciso para equiparnos, calzar las botas de alta montaña, cargar la mochila y llevar todo lo necesario para subir al «Pequeño Alpamayo», con nervios de todo lo que nos espera, comienzo a caminar un poco despacio, tengo muchas dudas que dan vuelta mi cabeza: ¿tendré suficientes fuerzas para llegar?, ¿podré soportar el frío? y ¿si no llegamos a la Cumbre?, ¿habrá valido la pena cruzar dos fronteras?. Al entrenar para llegar  hasta aquí aprendi que «no siempre se llega a la Cumbre de una montaña» , » la Cima es la mitad de la Cumbre» sin embargo mis pensamientos negativos no me dejaban avanzar adecuadamente, igual como sucede en la cotidianidad a todos los seres humanos; las dudas de: ¿este negocio funcionará?, ¿mi relación en conflicto se resolverá?, ¿rendiré adecuadamente un examen para el que me preparé? etc, etc.

Permito que las dudas me acompañen hasta el  momento de decidir enfocarme en la misión o darme la vuela hacia la carpa, elijo la primera opción y luego de pedir ayuda para ponerme los crampones ya que mis manos aun temblaban de miedo y frio, sigo el camino de varias horas por hielo y nieve; perceptivamente lo que dura una entrevista de trabajo, una enfermedad pasajera, una jornada laboral muy fuerte o quizá una inversión, esas mismas sensaciones las estoy percibiendo algo así como «la vida misma en la montaña» ahora  lejos de mi país en un lugar  llamado el Valle del Condoriri en la hermosa Bolivia.

Mientras camino el entrenamiento de varios meses va dando fruto, me siento fuerte, maravillada de estar aquí , con la satisfacción de haber trabajado duro, por momentos vuelven las dudas, ante terrenos desconocidos  como subir una parte de roca  cuando ya me había acostumbrado a la nieve, volviendo a la cotidianidad se equipara  a un cambio de trabajo, un profesor nuevo, diferente  plan o  una mudanza, así me siento un poco incomoda ante el cambio,  más el deseo de cumplir la misión me devuelve la ilusión de seguir.

Ya han pasado muchas horas desde que salimos del campamento,  el sol salió y estamos en la recta final, el desnivel del terreno pide mucho más esfuerzo del que ya estoy dando, la adrenalina ha inundado todo mi cuerpo me siento lista,  vuelvo a caminar y la cosa esta dura si llegará a caer desde ahí, no quiero ni imaginarme el final, lucho para que los pensamientos no se incluyan en el plan de acción sin embargo si lo están haciendo, el temor vuelve a molestar no solo en mi sino en toda la cordada,  no es lo mismo estar sola en la vida, defenderme como sea y hacerme responsable por mis aciertos y desaciertos hay momentos de recordar que tenemos hijos, hermanos, padres, compañeros de trabajo con los cuales debemos caminar en la vida y que no todos vamos al mismo ritmo pero es necesario ir juntos, así que me limpio las lagrimas de ira porque no me siento bien en el ritmo que lleva la cordada, conversamos hacemos los cambios necesarios y seguimos unas cuantas horas más y con una sonrisa llegamos a la Cumbre, un abrazo de felicitación entre compañeros me recuerda que vale la pena caminar acompañada y que el trabajo constante es importante para conseguir este u otro propósito en la vida.

 

La vida es igual que subir a una montaña; necesito entrenar, buscar  compañeros adecuados y estar dispuesta a llorar, reír o sufrir si es necesario, pero lo más importante  ¡no desistir!